jueves, 18 de diciembre de 2014

Abducción





             Agotado después de un largo y tedioso día, se acuesta a dormir. Gira su cabeza para bajar la luz un poco. La atmósfera se torna un tanto hipnótica y sus ojos parpadean con más pesadez a cada segundo. Los pensamientos dieciséis horas atrás pasan en segundos frente a él y solo queda ese extracto de aquellos momentos que lo hicieron sentir feliz. Sobre el armario frente a su cama, un viejo reloj que heredó de su abuelo, marcan las 21:45 hs, el momento en que su abuelo dejó el mundo de los vivos. La ventana a su izquierda y el cartel de la cafetería de enfrente del hotel donde vivió estos dos últimos años, se termina de apagar, lo que indica que ya son las 00:00 hs, momento para dormir. Mientras los minutos pasan, sus ojos están cerrados y su globo ocular comienza a moverse de un lado a otro, signo de que está profundamente dormido y soñando.
Dentro de su sueño, unos amigos hablan de salidas y de viejos lugares que no existen en la realidad. El no escucha a nadie con atención y sale de ahí para caminar por un estrecho camino, por una escalera de piedra, en una calle que parece medieval hasta un descampado enorme. Frente a él y ya sin nadie a su alrededor, un bosque tupido, lúgubre, con poco espacio para adentrarse, sin embargo el sueño lo conduce por allí. Las escamosas cortezas lo rosan fuertemente mientras trata de pasar entre árboles que parecen cerrarse cada vez más y más.
Entonces, las luces de una cabaña en medio de tanto verde le llama la atención. Cuando logra atravesar el bosque, camina hasta la puerta y parado frente a la puerta, nota que no tiene picaporte. La puerta se abre sola. Una luz un poco cegadora sale de dentro de la habitación. El intenta empujar la puerta para abrirla del todo para pasar pero la puerta se abre sola. Dentro hay una silla metálica. El piso es metálico igual que las paredes. No hay ventanas y la luz esta en todos lados pero no sale de ningún lugar.
El se asusta y voltea para volver a cruzar y regresar por la escalera de escalones de piedra que dejo atrás, pero el bosque esta justo detrás de él y ya casi es imposible regresar, solo le queda entrar a la casa si desea estar a salvo. Gira para ver aquella habitación extraña y se niega a entrar; entonces despierta.
Esta agitado, en su habitación del hotel. Son las 04:34 am y solo en 3 horas más tiene que levantarse.
Siente que aquella pesadilla no lo dejo descansar bien, así que decide volver a recostar su cabeza para dormir. La luz del velador permanece aun baja, la ventana semiabierta y el cartel de la cafetería está apagado. No se escucha ningún sonido del exterior. Frente a él, su armario y el viejo reloj de su abuelo, marcando las 19:15 hs. Diecinueve y quince horas, repitió una y otra vez hasta que se volvió a dormir.
Cuando su mente empieza a dibujar el entorno donde esta, ve un pasillo sombrío, como en semicírculo constante. Las paredes tienen una especie de grabado extraño, letras o símbolos que no logra distinguir o interpretar. Recorre el pasillo apresurado pero siente una sensación extraña que lo hace apoyar en una de las paredes. De repente y frente a su mirada atónita, la pared parece desaparecer y ve con claridad al planeta tierra como una enorme esfera girando frente a sus ojos.

-Es real, santo Dios- logra balbucear y cae absolutamente desmayado.

Cuando logra recomponerse, está sentado en una silla, en medio de una habitación con paredes metálicas. El suelo también es metálico y hay una silla más frente a mí del mismo material.

-Es aluminio- susurra, desconociendo el origen de aquel material, mientras que, por detrás de la puerta Sergio escucha como que alguien se acerca…

La puerta se abre de una manera extraña, hacia dentro de uno de los lados de la pared y entra un caballero, de saco y pantalón azul, camisa blanca y anteojos de aumento con un marco viejo.

-Que tal, mi nombre es Raúl Hernández, soy psiquiatra, solo voy a hacerle unas breves preguntas y luego se podrá marchar.- le dijo el hombre que se parecía al actor Jeff Goldblum.

-¿Qué me paso, que estoy haciendo aquí?- pregunto él pobre y aun somnoliento Señor Miranda.

-Se desmayó en su casa, mientras tomaba una ducha y se golpeo la cabeza fuertemente. ¿Recuerda quien lo trajo hasta aquí?
¿Quién lo encontró en su apartamento de hotel tirado y delirando a las 06:30 hs?- pregunto el médico.

-No, no tengo idea de que paso eso.- dijo
-¿recuerda su nombre?- insiste el doctor.

-Sergio. Sergio Miranda- dijo

-Sergio Miranda, vive en el hotel San Salvador, en la calle Rincón a la altura 453, en el departamento 34 del quinto piso. ¿Recuerda eso Señor Miranda?- pregunto el médico mientras examina sus pupilas con una linterna que más bien parecía una lapicera de oro, pero su luz era muy fuerte de a ratos y muy suave de a otros.

-Sí, sí recuerdo donde vivo y quien soy- dijo Sergio tratando de hilar cada detalle en su mente para darse a si mismo algo de tranquilidad.

-Pero, estoy desnudo, sentado en este cuarto de interrogatorios y…-dijo Sergio

-Tiene una bata, está bajo control médico y se le está haciendo un examen de rutina para saber que usted está bien para regrésalo a su domicilio. – y mientras hablaba un pequeño beep sonó en el bolsillo de su camisa, metió su mano y tomó algo de él que se lo introdujo en su oído, luego se lo quitó y volvió a guardarlo.

-Perdón, usted podrá regresar a su domicilio. Este no es un cuarto de interrogación, es mi consultorio señor Miranda y usted esta aun en estado de shock. Cuando logremos saber que está bien le daremos un alta médica,

Se le devolverá su ropa y regresará a casa ¿comprendió bien señor Miranda?- completo el doctor.

-Si- dijo Sergio, sintiendo que el tono del doctor había cambiado de médico cordial a oficial militar.

-Bien, entonces comencemos. Entiendo que por lo que usted reconoce, no tiene idea de cómo llego acá. No tiene conocimiento de su golpe en la cabeza, ni de quien lo traslado hasta aquí en estado de completa inconsciencia. ¿No es verdad?- pregunto el Doctor.

-No tengo recuerdos en mi cabeza de haberme golpeado, pero si me duele detrás del oído, bastante y siento como un pequeño bulto ¿será del golpe doc?- pregunto angustiado.

-Es muy probable Miranda. Mire, vamos a intentar algo que podría a ayudarlo a usted y a nosotros a entender un poquito mejor todo esto, así podremos ayudarlo. Le propongo una pequeña sesión de hipnosis para saber que hay en ese subconsciente. Así que le voy a pedir que cierre sus ojos, se relaje, yo voy a iluminar sus párpados con una luz tenue de mi propia linterna y gradualmente voy a incrementar su potencia para facilitarle a usted entrar en un estado de trance hipnótico.- ordenó el médico sin dejarlo siquiera a Sergio asentir en silencio.

                   Cuando cerró los ojos y aquella delicada luz azul comenzó a oscilar como un péndulo sobre sus parpados cerrados, la mente comenzó a abrírsele como un enorme caudal de recuerdos. Recordó su trabajo, el regreso a su hotel. Recordó con tranquilidad que se dio una ducha, no recuerda haberse caído, si recordó haberse acostado en su cama, haber bajado la luz del velador hasta poner la habitación en penumbras para poder descansar. El siempre espera que el cartel de la cafetería de enfrente se apague, porque eso le indica que ya son las 00:00 hs y que debe descansar, así que busca frente a él, sobre el armario, el viejo reloj despertador que le regalo su abuelo y que él marcó en él la hora en que su abuelo dejo este mundo.

-Y, ¿qué hora era esa Sergio?- pregunto el doctor mientras Sergio estaba en trance.

-Las 21:45 pm. La hora exacta cuando mi abuelo falleció en aquella cama del hospital de San Salvador.- contesto Sergio.

Entonces, Sergio volvió a escuchar el beep, y eso le trajo otro recuerdo. Y comenzó a contarlo casi como si las imágenes de aquel recuerdo fueran tan nítidas que hasta sentía revivirlas.

-En un momento, mientras dormía en mi cama, sentí una sensación de ingravidez. Sentí como si mi cuerpo flotara a unos metro veinte del suelo. Eso fue durante unos minutos. Luego comencé a sentir que la superficie de mi cama estaba fría y que mi cuerpo no lograba relajarse por su dureza. Parecía la sensación de estar en una mesa quirúrgica o de autopsias, no sé, pero recuerdo que me cuestioné si estaba soñando o era real.- dijo Sergio

-¿Qué más recuerdas?- preguntó el doctor.

-Recuerdo haber estado allí por al menos unos cuarenta minutos sin poder abrir los ojos, sentía pesado los párpados. Y la luz que me iluminaba era de un color verde y cambiaba de intensidad. Escuchaba un sonido que parecía una cámara de fotografías vieja pero que tuviera un zoom de esta época, porque sentía como se acercaba y se alejaba por el sonido que emitía. Me era familiar.- Dijo Sergio
-¿Hay algo más que recuerde señor Miranda?-pregunto el doctor otra vez.

-Sí, ahora que lo pregunta, en un momento pude lograr levantar mis parpados un poco para poder observar- dijo

-Y, ¿puedo saber qué es lo que observó, señor Miranda?- preguntó el doctor pero con un tono que no dio mucha seguridad.

-sí. Recuerdo bien lo que vi, entre parpados cerrados. Cuando logre acostumbrarme a la oscuridad, comencé a ver que lo que yo creía que era el zoom de una cámara digital, era en verdad un brazo de una maquina a mi lado. El aparato estaba escaneándome, quizás mi cabeza y se movía hacia mis pies con lentitud. Pero mientras se movía hacia mis pies, comencé a notar que la luz se reflejaba en el aire a mí alrededor, en la misma altura y en los mismos lugares. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡No puede ser cierto lo que veo! ¡No puedo creer esto! ¡Es una maldita pesadilla, una alucinación, tengo que despertar! ¡Tengo que despertar!- gritaba descontrolado Sergio.

-Tranquilo Sergio, está aquí conmigo, en mi consultorio, a salvo. Necesito que se tranquilice y trate de recordar que fue lo que vio durante su sueño. ¿Qué fue lo que vio Miranda?, ¿Qué fue? ¡Hable!.- pregunto el doctor con una voz más inquisidora.

-¡Esta bien, está bien, si! La luz verde golpeaba algo a mí alrededor en varios puntos en el espacio oscuro que me circundaba. Se reflejaba sobre algo. Al principio creí que eran espejos pequeños, luego creí que eran anteojos. ¡Dios No! ¡No puede ser cierto! ¡No debe ser cierto!- Decía Sergio, entre el llanto desesperante y la agitación, con sus ojos cerrados, transpirando sudor frío y al punto del colapso.

-Sergio, diga lo que vio- ordeno el doctor.

-Lo que vi, lo que creo que vi, donde se reflejaba aquella luz verde, que escaneaba mi cuerpo, no eran anteojos en el aire, eran ojos, ojos absolutamente negros. Ojos oscuros, demonios. Personas... diferentes, muy diferentes, ¡cielos!. ¡Parecen extraterrestres! Sus cabezas eran gigantes, sus manos estaban en todo mi cuerpo. Había un sonido fuerte, un golpe, como el de una maquina de resonancias magnéticas de cualquier hospital, un golpe seco, como un disparo, pero ellos estaban todo a mí alrededor, examinándome. ¡No, no puede ser! ¡No puede ser! Uno de ellos me vio. Me vio directo a los ojos. Vio que yo estaba mirándolos. Y la luz se apoyó sobre mis ojos- Dijo angustiado Sergio

- Esta bien Sergio, no te preocupes, te sacaré del trance y luego hablaremos de lo que soñaste.- Dijo el médico, mientras aplicaba una luz sobre sus parpados y Sergio comenzó a tranquilizarse.

-Voy a contar hacia atrás, como en una sesión de hipnosis y abrirá sus ojos tranquilamente aquí, en mi consultorio, ¿está bien?- preguntó el médico.

-Tres, dos, uno...- dijo el médico.

                  Y Sergio abrió los ojos, mientras en su mente se disipaba la voz del médico que lo estaba despertando del trance. Y sin mediar palabra alguna, este se levanto y caminó hacia la puerta del consultorio. Entonces, Sergio comenzó a notar todas las cosas. Su mente comenzó a comprender todo. Las paredes de metal, las sillas de metal, la luz de su linterna, la voz no era de un médico, mas bien era de un militar. No estaba en una base del ejército. Él había visto el planeta tierra desde el espacio cuando se apoyó en aquella pared, pensaba, en ese pasillo que solo daba círculos. Los signos indescifrables en todas partes, puertas sin picaporte que se abren de manera extraña. Ese extraño dolor en su nuca, detrás de la oreja. Ese bulto que aun puede sentir. Todo esto, piensa Sergio mientras el doctor se detiene delante de la puerta de salida y gira para ver al ya convencido señor Sergio Miranda.

-Una pena que recordara todo.- Dijo extrañamente el doctor.

Y la puerta se abrió y para asombro de Sergio, detrás del médico que salía, entraban a la habitación, tres pequeños seres grises, cabezones y de ojos grandes y negros. Con sus pequeños instrumentos de luces verdes. Para Sergio fue atormentador verlos entrar así. Gritaba como un pobre loco, aunque no podía cambiar su destino. Esa noche, como muchas otras antes, Sergio había recordado absolutamente todo. Y esto no podía quedar así, era un cabo suelto que estos seres no podían dejar pasar, así que volvieron a borrar su mente por completo.

                                Pero en algún momento, Sergio Miranda, no logró recordar nada en absoluto, y volvió a despertar en su cama, en el hotel San Salvador. Con una ventana que daba a un viejo bar, el armario frente a su cama y el despertador que le obsequió su difunto abuelo, que daba las 21:45 pm, la hora en que falleció. Su pequeña historia de cuando se cayó en el baño y le quedó ese bulto horrible detrás de la oreja que hasta el día de hoy tiene.
                               Sergio Miranda tiene una vida normal, trabaja como cualquier otro y cuando regresa a casa, toma unas dosis de ibuprofeno para aquellas jaquecas que lo atormentan algunas noches, esas noches de luna negra, cuando misteriosamente, el reloj del abuelo, sobre aquel armario, vuelve inequívocamente a dar las 19:15 otra vez.


                                                                  -     F I N     -


                                                                                                                       por: Luis Sadra.

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