viernes, 19 de diciembre de 2014

Resplandores.






                 Tengo un sueño recurrente. Una imagen que distorsiona mi realidad hasta lo absurdo de lo abstracto.
Una sombra que atraviesa un bosque tupido y me acecha entre árboles lúgubres, entre densas tinieblas. Es un espectro que se mueve muy rápido a mí alrededor y no se deja ver con claridad. Siento como el temor se apodera de mi cuerpo y me conduce errante hacia un claro, más allá del viento. Detrás de mí, el silencio convierte el paraje en el umbral de un recuerdo olvidado.
Frente a mí, una pequeña casa abandonada junto a un lago de aguas tenebrosas me invita a pasar. Pero me tomo un instante para intentar recordar aquellos detalles que me son tan familiar.
Un crepúsculo extraño cae sobre la casa en ruinas, apenas iluminada por escasos rayos de luz que se desploman del cielo como lanzas interminables. Y mientras estoy parado ahí, siento como el espíritu emerge de las profundidades, a mitad del lago.
Y la energía vital de mi cuerpo me abandona hasta caer de rodillas en la arcilla húmeda que rodea la laguna.

Tomo coraje y volteo para ver sus ojos y enfrentarlo, deseando que esta pesadilla termine de una vez. Y ahí está ella, levitando sobre el agua, con su cabello largo azabache y su rostro grisáceo y maltratado. La muerte le sobrevino hace siglos y parece que su alma perdida aun busca venganza, lo veo en sus ojos oscuros.
Entonces me levanto y ella comienza acercarse lentamente y segura, sin tocar el agua, sin tocar el suelo.
Ella se detiene a unos centímetros de mí, y levanta lánguidamente su mano como si quisiera tocar mi rostro.
Estoy totalmente horrorizado, al borde del desmayo, pero no dejo escapar el más mínimo gesto de desprecio.
Entonces ella apoya la punta de su dedo descarnado y pútrido sobre la piel de mis labios por unos segundos…
Y mientras lo hace me mira fijamente con aquellos ojos negros vacíos sin vida, esperando una reacción de rechazo
o un ápice de amor que surja de mi.
Entonces, noto que entre sus cabellos lisos asoma muy desgastado un arete con una piedra de cristal falso.
Y mi mente me abandona unos segundos y comienzo a recordar todo. Las imágenes vuelven a mí en segundos como relámpagos refulgentes en mi mente oscurecida por la muerte. Una muerte trágica que separo dos almas gemelas. Un amor eterno hace más de un siglo que se interrumpió.
                 El final de un sueño que ambos habíamos forjado a orillas de aquel lago, en aquella casa que yo mismo construí.
Entonces, mientras mis ojos miraban aquel rostro sin vida destruido por el tiempo, ella quito su mano de mi. Y cuando lo hizo, miro hacia abajo con tristeza. Entonces tomé su mano con la mía y llevé sus dedos hasta mí. Y apoyé mi mano sobre su rostro y ante su mirada atónita la bese apasionadamente, con mis ojos perdidos en la mirada de sus ojos oscuros.
                 Desde ese entonces, todo volvió a tomar la forma que tenia originalmente ante nosotros. El silencio desapareció. La casa se iluminó y el bosque recobró el trino de los pájaros que alguna vez lo habían habitado. 

                  Y los detalles de nuestra trágica muerte en aquel lago llenaron de lágrimas mis ojos, mientras aun la besaba.
Y cuando despegue mis labios de ella, su rostro era aquel rostro que me había cautivado hasta la locura. El amor de mi vida, la mujer de mis sueños, que durante todos estos años intento acercarse a mi alma descarriada, pero que no reconocí por negar mi propia muerte trágica, en aquel lugar tan hermoso y perfecto.

Y fue como si el alma regresara a mi cuerpo y con el todo el amor que ella provocaba en mi desde que entró en mi vida, hasta que la perdí aquel fatídico día donde ambos dejamos el mundo de los vivos, para encontrar la paz juntos, en este paraje tan nuestro como lo fue aquel entonces, hace ya cien inviernos atrás.
Y ella me sonrió y seco mis lágrimas mientras ambos volvíamos a ser tan unidos como lo fuimos hace cien años.
               Tomó mi mano y mientras ambos estábamos levitando sobre el suelo me susurró al oído que nuestra casa ya no estaba dentro de aquellas viejas paredes de madera rancia.
               Y ambos fuimos metiéndonos en el lago, paso a paso, hasta perdernos en la profundidad de sus aguas.
Las mismas aguas que cien años atrás nos vieron morir.
        Y que hoy nos vuelve a juntar
                                                        para siempre.





                                                                      - F I N -

                                                                       
                                                             
                                                                                                                               por: Luis Sadra.


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