sábado, 2 de septiembre de 2017

La Sombra Del Soldado.


La Sombra del Soldado


Hay un abismo inhumanamente vacío dentro de mí. 
Imágenes alteradas de un averno agresivo, oscuro.
Sinuosos senderos en un viento intangible sin retorno.
Espacios quebrados en mi espíritu,
que se clavan como vidrios en mi mente abatida
y que devoran los restos de una conciencia ahogada en sangre. 
Dejándome atrapado en un silencio perpetuo que jamás he buscado.


La muerte cabalga a mi lado en cada cruzada.
Entre mi piel y la armadura. Entre mi corazón y el escudo. 
Dormitando agazapada en la empuñadura de mi espada,
esperando ese letal segundo,
donde el alma expira fulminante,
para ondearse orgullosa sobre los cuerpos mutilados
en un barro purpúreo y nauseabundo. 


Ella es la que recurre a mí en la contienda, 
para alcanzar su éxtasis en la potencia de mi brazo.
Ella me cautiva en la oscuridad de mi alma,
para aliviar la sed de su espada escarlata.
Brutal, irascible y ávida, 
ella es quien nos arrebata el espíritu 
y nos condena a ese estado de abstención eterna,
ausente de aliento.


-¿Qué extraña justicia sopesa en aquella balanza que cuelga de entre sus harapientas prendas oscuras?-

-¿Qué abandonada fuerza impía controla su fúnebre conducta, que nos obliga a enmudecer en el olvido?-

-Porque no hay gloria en la guerra-

-Porque no hay honor en la sangre ajena derramada-


Y cuando regresas del infierno, exhausto y moribundo, 
debes acallar esas voces que quedaron perdidas en el frente, 
que braman como gárgolas moribundas 
en la razón, una tras otra
en ese ósculo infesto que se impregna en ti por siempre.


Y en la perpetuidad del más ingrato,
bebo el ron como si él pudiera aliviar mi condenada existencia,
pero solo acreciento el dolor en mis huesos,
ese martirio que emerge desde mi médula,
y que sale por mis poros como un vapor pestilente. 
Esa culpa insoluta, 
que alterada en un néctar amargo y blasfemo, 
me asesina lentamente en su letal veneno.


Esa es mi sombra.
La sombra borrosa del guerrero.
La que deambula forjada de los pedazos 
de aquel hombre que solía ser.
Este es mi crepúsculo. 
El legado inexcusable que empujo
 como un estigma en mi piel curtida 
y que no se quita con nada.


Esa negrura infinita que día y noche proyecta mi error,
para que me desangre poco a poco 
y que me arrebate al silencio,
dejándome invisible en el olvido.
Apagando en ese suspiro lejano,
aquel simple hombre que solía ser,
cuando no era un soldado.




--F I N--



                                              POR:  Luis Sadra.

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